
Transcurría el año 1981. Las Hermanas del Niño Jesús, residentes en el barrio de Balvanera de la Ciudad de Buenos Aires, brindaban el servicio de almuerzo en un comedor para señoras y, en la acera de su casa, recibían la solicitud de alimento de parte de hombres en situación de calle que solían encontrarse en el barrio.
Ya que las Hermanas no podían admitirlos en su comedor, en el que sólo almorzaban mujeres, debían brindarles el alimento del que disponían en la vereda, en latas que los mismos concurrentes portaban y, a pesar de la precariedad del servicio, el número de solicitantes era cada vez mayor.
En noviembre de aquel año, conscientes de que brindaban una prestación poco acorde con la dignidad humana, las Hermanas recurrieron a la parroquia Santa Rosa de Lima, en cuyo radio residían. Fue así como se convocó a instituciones católicas aledañas con el fin de fundar un comedor para esos hombres tan empobrecidos. Entre esas organizaciones se hallaba la Iglesia de Regina Martyrum de la Compañía de Jesús donde ya se brindaba la merienda a hombres en situación de calle.
Las instituciones participantes estaban dispuestas a brindar apoyo económico y las Hermanas del Niño Jesús se ofrecían para preparar la comida, pero no se contaba con un local en donde funcionase el comedor. Abocados a la búsqueda de un inmueble para alquilar, el proyecto parecía fracasar ya que los alquileres que se solicitaban eran inaccesibles. Frente a esas circunstancias, los sacerdotes jesuitas de Regina Martyrum ofrecieron uno de los salones de la Iglesia para que allí se instalase el comedor.
El 2 de febrero de 1982, con poco equipamiento y mucho entusiasmo, en la Iglesia de Regina Martyrum, sita en Hipólito Yrigoyen 2025, Ciudad de Buenos Aires, comenzó a funcionar un comedor para hombres en situación de calle denominado San José Obrero.
La institución incluía una nota distintiva, muy novedosa para los comedores de esa época, ya que se proporcionaría atención social a los concurrentes a fin de que llegasen, algún día, a proporcionárselo por sus propios medios. Así es como se inauguraba el servicio de almuerzo con simultaneidad a la creación de un Servicio Social que contaba con la participación de voluntarios no profesionales coordinados por una trabajadora social.
Con el transcurso de los años se continuó sirviendo el almuerzo y brindando atención social a los concurrentes, pero el objetivo de su inclusión en el medio se tornaba inviable ya que no se les podía ofrecer un hábitat digno por un lapso acorde con la construcción de procesos de transformación subjetiva.
Ante tal constatación, sacerdotes y laicos de Regina Martyrum, las Hermanas del Niño Jesús y voluntarios del comedor y del SIPAM (red ecuménica para la atención de personas en situación de calle) trabajaron afanosamente en pos de la fundación de un hogar de tránsito. La Compañía de Jesús apoyó institucionalmente el proyecto y decidió adquirir una casa, para lo cual solicitó ayuda a ANESVAD, institución vasca que, generosamente, donó el dinero para la compra. Así fue como el comedor pudo trasladarse a un inmueble ubicado en la calle Moreno 2472, Ciudad de Buenos Aires.
El 27 de julio de 1994, comenzaba a funcionar allí El Hogar de San José, donde se iban a brindar los servicios de desayuno, almuerzo, alojamiento y atención social a hombres en situación de calle. El proyecto del Hogar establecía que el tiempo de alojamiento de los huéspedes no estaría predeterminado rígidamente, sino que cada uno de ellos podría permanecer en la institución mientras estuviese desenvolviendo un proceso en pos de su inclusión ciudadana.
El Hogar era dirigido por un sacerdote jesuita, el padre Jorge Chichizola, quien contaba con el permanente apoyo de las Hermanas del Niño Jesús y de un equipo de colaboradores laicos, en el que se incluían tres trabajadoras sociales. Pero, dado que la profesional que coordinaba el Servicio Social había renunciado a su puesto por razones personales, la coordinación de esa área y del Hogar quedó en manos de voluntarias no profesionales.
La atención social de los concurrentes era asumida, indistintamente, por voluntarias no profesionales y por las trabajadoras sociales mencionadas. Estas últimas se desempeñaban con un horario de trabajo y una función sumamente limitados ya que sólo desarrollaban intervenciones individuales con un reducido grupo de usuarios.

En el año 1995, el primer director del Hogar fue reemplazado por otro sacerdote jesuita, el padre Diego Fares, quien, al ir evaluando el desempeño de los colaboradores1 llegó a considerar que el alcance de la intervención de las trabajadoras sociales era amplio y constructivo. Por tal razón fue incrementando, progresivamente, las horas de trabajo de las profesionales.
Comenzaron a realizarse reuniones en las que participaban el director, voluntarios y las profesionales del Trabajo Social. Se evaluaba el quehacer institucional y las trabajadoras sociales podían explayarse acerca de su práctica profesional. Esos encuentros fueron el germen de futuros proyectos que iban a enriquecer la tarea cotidiana.
En el año 2001, reconocida la diversidad de causas que configuran los problemas sociales y la inherente necesidad de abordar el campo de intervención desde una mirada transdisciplinaria, se incorporaron al equipo una psicóloga y un médico psiquiatra.
En noviembre de ese año, el director del Hogar decidió profesionalizar la institución y nombrar coordinadora del Servicio Social a una trabajadora social. Ambos agentes institucionales conformaron un equipo de trabajo y, como fruto de esa labor, se definió el fin institucional que se fue proponiendo a los colaboradores.
En una reunión de formación de todos los colaboradores del Hogar realizada en el mes de abril de 2002, la coordinadora del Servicio Social planteó que el quehacer de la institución debería orientarse integralmente hacia la personalización e integración social de las personas usuarias. Sostenía que no se atendería a esos actores como a seres irremediablemente excluidos de la sociedad, sino que se los recibiría como a pares en humanidad con habilidades por desplegar y con la potencial aptitud para alcanzar su integración social.
Al mismo tiempo, proponía la conformación de una comunidad institucional que asumiese esos objetivos desde todas las áreas de abordaje de la población.
En lo referente a la inclusión de la institución en el contexto macro-social, se aspiraría a que la tarea social a desarrollar no se limitase a la ejecución de acciones paliativas de las dramáticas consecuencias de las políticas de ajuste. Se rechazaba, expresamente, la pretensión de algunos sectores de constreñir la tarea social de la Iglesia Católica a una labor asistencialista y controladora de la pobreza creciente. Por el contrario, en el Hogar se trabajaría para que los recurrentes recuperasen el ejercicio pleno de sus derechos ciudadanos.
Estas definiciones y su puesta en práctica fueron aprobadas calurosamente por la mayoría de los colaboradores y, progresivamente, el número de voluntarios fue aumentando hasta llegar a duplicarse. Trabajar en pos de la promoción social, con fin y objetivos claros y con una metodología acorde, generaba adhesión en quienes se acercaban a la obra y en quienes debían difundirla.
De allí en más, el quehacer del Hogar fue analizado y evaluado con miras a generar dinámicas cotidianas que procurasen no naturalizar la concurrencia de personas empobrecidas a la institución al no estigmatizarlas como sujetos-objetos de la asistencia, “los pobres asistidos”, que esperan la recepción de recursos como única estrategia de supervivencia. Por el contrario, se intentaría brindar espacios de encuentro donde los actores concurrentes pudiesen capitalizar sus fuerzas encubiertas en pos de su autonomía.
El objetivo de la promoción y el desarrollo de las habilidades de los usuarios ya era la primera prioridad. Otorgarles recursos básicos sin que asumiesen, simultáneamente, responsabilidades y compromisos implicaba cercenar sus posibilidades de crecimiento y autorrealización.
Este marco teórico permitió dar lugar a audaces proyectos. Uno de ellos fue una cooperativa de trabajo en la construcción, resultado del trabajo en equipo de un arquitecto, colaborador del Hogar, con el director de la institución, quienes procuraron crear una estructura que permitiese dar trabajo a los usuarios.

En el año 2002, nacían la empresa social del Hogar y la cooperativa de trabajo, organizaciones que incluían instancias de capacitación laboral, trabajo en la construcción e intervención profesional psico-social individual y grupal con los sujetos que decidiesen formar parte de los diversos espacios.
A fin de ir consolidando un abordaje social promocional y para que perdurase en el tiempo, más allá de quienes llevaban adelante el programa en ese momento, en el año 2003 la Compañía de Jesús le encomendó al director del Hogar la creación de la fundación Obras de San José. La fundación debía gestionar con transparencia, en lo económico y lo jurídico, a El Hogar de San José y a la Obra de San José, institución esta última que atiende a hombres y mujeres en situación de calle.
Asimismo, se fueron produciendo transformaciones en la organización a fin de conformar a la institución como un escenario facilitador del desarrollo de procesos de reflexión, de toma de decisiones y de reconstrucción de lazos sociales de parte de los usuarios.
En el proceso institucional habido la disciplina del Trabajo Social tuvo un papel preponderante. Al observar el ejercicio de esa profesión, el director evaluó que las profesionales podían realizar aportes que facilitaban el encauzamiento de la institución hacia su misión. Por tal razón, en el año 2006 llegó a formar un equipo de Servicio Social integrado por tres trabajadoras sociales, una psicóloga y un psiquiatra, quien se desempeña como agente externo. Asimismo, designó a la coordinadora del Servicio Social como coordinadora general de la institución.
Merced a la claridad en el fin que orienta al Hogar y a la praxis allí desarrollada se pudo definir el modelo de intervención en lo social promocional y participativo (García de Lamberti, 2004) que orienta la tarea institucional cotidiana hacia la búsqueda de la integración social de las personas usuarias.
El fin institucional iba a guardar una estrecha coherencia con el Documento emitido por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe reunida en Aparecida, Brasil, en el año 2007. Se planteaba que “en las grandes urbes es cada vez mayor el número de las personas que viven en la calle. Requieren especial cuidado, atención y trabajo promocional por parte de la Iglesia, de modo tal que mientras se les proporciona ayuda en lo necesario para la vida, se los incluya en proyectos de participación y promoción en los que ellos mismos sean sujetos de su reinserción social” (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, 2007, 407).
En el año 2015, el Padre Diego Fares fue reemplazado por otro sacerdote jesuita, el Padre Alejandro Gauffin, quien asumió el rol de director de la institución hasta el año 2017 en el que se modificó el esquema directivo de la institución.
En el mes de marzo del año 2017, la Lic. en Servicio Social Susana García de Lamberti, coordinadora general del Hogar, asumió el rol de Directora de Programa Social del Hogar y el contador José Necchi, Gerente Administrativo de la Fundación Obras de San José, comenzó a desempeñarse como Director Ejecutivo de la Obra. Por su parte, el Padre Alejandro Gauffin se constituyó en el Asesor Espiritual de la institución.
Los directores y el asesor espiritual, junto a los distintos equipos conformados por 80 colaboradores, llevan adelante el programa del Hogar, a sabiendas de que “… Aunque imperfecto y provisional, nada de lo que se puede y debe realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un momento dado de la historia, para hacer “más humana” la vida de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido vano…” 2
1 Colaborador de la institución: denominación instituida en El Hogar de San José para nombrar a todos los agentes de la obra, quienes comparten la adhesión a la misión institucional, tanto se trate de trabajadores rentados como de voluntarios.
2 Sollicitudo rei Socialis, 48.